Hola Amics
Ahora hace un año que empecé el proyecto más enriquecedor en el que he participado nunca. El 16 de marzo de 2017 aterricé en Kathmandú, en mi opinión, la ciudad del caos. Escapaba de Barcelona, de un estilo de vida bastante activo y ajetreado y esperaba encontrar en Nepal un oasis de paz y tranquilidad, altas montañas y aire puro, tal y como nos muestran en los documentales o guías de viaje, pero Kathmandú no coincidía exactamente con esa descripción. Luego descubrí al salir de la ciudad, que sí, que sus paisajes y montañas son únicos y espectaculares, pero mi primera percepción fue que acababa de adentrarme en una ciudad sin ley, con mucho ruido, calles sin asfalto y sin semáforos. Coches, autobuses y motos, compartían espacio con vacas, perros y personas, todo bajo una capa gris de polución continua. Llegaba a Nepal sin un objetivo claro o planificado. Empezaba un nuevo proyecto personal y era el momento de dejarse llevar y adaptarse a una nueva realidad.
Mi tarea acordada con la organización en Barcelona era actualizar la base de datos y enseñar el funcionamiento al equipo de Amics del Nepal en Kathmandú, para que ellos fueran los responsables de mantenerla al día. El resto estaba por determinar, pero pronto Miquel me convenció para que me quedara a colaborar con el proyecto joven. Tenía claro que por encima de mis intenciones de visitar y descubrir el país, mi sitio estaría donde más se me necesitara y más pudiera aportar. Así que después de conocer al equipo de voluntarios, trabajadores y jóvenes del proyecto de Kathmandú, no tuve dudas para quedarme a colaborar con ellos. La ciudad seguía siendo un absoluto caos, pero poco a poco supe encontrarle su encanto.
Vivíamos en Boudhanath, el barrio tibetano de Kathmandú y podíamos ir a pie a la oficina y centro de actividades, lo cual era todo un lujo. Coger el transporte público allí era toda una aventura, nunca sabías cuándo pasaría un bus o tempo o, si habría sitio y mucho menos cuánto tiempo tardarías en llegar (en Nepal las distancias son cortas pero se convierten en eternas, por eso para ellos el tiempo tiene un valor diferente al nuestro). Boudhanath es un barrio tranquilo, con su enorme stupa, donde pasear alrededor de ella es todo un ritual seguido tanto por hindúes, budistas o turistas. Era un momento de paz, desconexión, todos concentrados en dar vueltas y escuchar los mantras que salían de los diferentes locales que rodeaban el monumento.
Llegué justo al final del curso escolar, (allí el periodo es diferente al nuestro), no tienen vacaciones en verano, así que empiezan y acaban antes, aunque tampoco siguen un calendario tan fijo como el nuestro de septiembre a junio. A mi me dio la impresión de que tenían un sinfín de vacaciones y días festivos. No había semana que no se celebrara algo; que si el nacimiento de buda, el fin de año nepalí, celebraciones a dioses hindúes,… algo que me sorprendió y que luego comprendí sobre su estilo de vida. Así que desde la asociación se pactó un calendario de clases y horarios de oficina para que así todos fuéramos conscientes de cuando había clase y cuando no. Ya había suficientes factores externos que te limitaban el ritmo de trabajo, los parones de luz o de internet, como para añadirle todas las festividades del país.
Los alumnos que estaban acabando clase XI era un grupo de adolescentes de 16 – 17 años. Ellos realizaban muchas actividades dentro y fuera del centro: clases de repaso, alfabetización para mujeres, jornadas de cocina en centros de acogida (Siphal), etc. Me pareció muy interesante el trabajo que estos jóvenes llevaban a cabo, se les veía muy implicados y contentos. Detrás de todo esto hubo un trabajo de desarrollo y eso es lo que hacía Amics del Nepal con el proyecto joven. Se les facilitaban las herramientas para desarrollar sus capacidades e inquietudes y se les motivaba para que quisieran cambiar las cosas y salieran de la famosa zona de confort. Se les intentaba transmitir el valor de ser responsables, puntuales y colaboradores. Miquel era muy estricto con la puntualidad y la asistencia porque era la única forma de que fueran conscientes de la importancia del compromiso, tanto con la asociación como con el resto de sus compañeros.
Recuerdo perfectamente el primer día de clase con el nuevo grupo de clase XI. Empezamos el 23 de abril y el proyecto inicial duraba 2 meses. Era un grupo de unos doce adolescentes, todos cabizbajos y vergonzosos, casi incapaces de pronunciar su nombre. Algunos incluso vinieron acompañados de sus madres para ver en qué tipo de curso iban a participar. Pensé que sería imposible arrancarles una palabra y mucho menos realizar actividades con ellos, pero poco a poco Miquel con su vena artística les fue abriendo su caparazón y apareció un grupo con una fuerza y energía extraordinaria, capaces de crear e innovar. Llegaron a realizar talleres e incluso una obra de teatro para concienciar sobre el reciclaje y estas actividades se presentaron en diferentes centros y escuelas. La función de los voluntarios era estar con ellos, ayudarles y darles apoyo, pero en ningún momento hacer su trabajo, ya que era en favor de su desarrollo y crecimiento personal. Ellos tenían las capacidades, solo necesitaban un empujón para desarrollarlas y el teatro y la música fueron la base perfecta para conseguirlo.
Me siento orgullosa de haber participado en este proyecto porque cada pequeña acción cuenta y cosas que para nosotros pueden ser insignificantes para otras personas pueden aportar un gran valor. Al final te das cuenta de que menos es más y que con menos materiales, dinero y recursos podemos obtener más ingenio, solidaridad, participación, valor y unión. Y al final llegas a la reflexión: ¿Qué es más importante? Yo lo tengo claro, y tu? 😉
Gracias Amics, Dhanyawaad satis
Ana Albajez, 1 año después…